No hay otro camino para la madurez que aprender a
soportar los golpes de la vida porque la vida de cualquier hombre, lo quiera o no, trae siempre golpes. Vemos que hay egoísmo, maldad, mentiras, desagradecimiento. Observamos con asombro el misterio del dolor y de la muerte. Constatamos defectos y limitaciones en los demás, y lo constatamos igualmente cada día en nosotros mismos.Toda esa dolorosa experiencia es algo que, si lo sabemos asumir, puede ir haciendo crecer nuestra madurez interior. La clave es
saber aprovechar esos golpes, lograr que nos mejore aquello que a otros les desalienta y les hunde. La experiencia de la vida sirve de poco si no se sabe aprovechar. El simple transcurso de los años no siempre aporta, por sí solo, madurez a una persona. Es cierto que la madurez se va formando de modo casi imperceptible en una persona, pero la madurez es algo que se alcanza siempre gracias a un proceso de educación –y de autoeducación–, que debe saber abordarse.
Superar la frustración sin reclamar es madurar. Los padres no pueden estar siempre detrás de lo que hacen sus hijos, protegiéndoles o aconsejándoles a cada minuto. Han de estar cercanos, es cierto, pero el hemos de
aprender a enfrentarnos a solas con la realidad, hemos de
aprender a darnos cuenta de que hay cosas como la frustración de un deseo intenso,
la deslealtad de un amigo,
la tristeza ante las limitaciones o
defectos propios o ajenos..., son realidades que cada uno ha de aprender poco a poco a
superar por sí mismo. Por mucho que alguien te ayude, al final siempre es uno mismo quien ha de asumir el dolor que siente, y poner el
esfuerzo necesario para superar esa frustración. Una manifestación de inmadurez es el ansia descompensada de ser querido.
La persona que ansía intensamente recibir demostraciones de afecto, y que hace de ese afán vehemente de sentirse querido una permanente y angustiosa inquietud en su vida, establece unas dependencias psicológicas que le alejan del verdadero sentido del afecto y de la amistad.
Paciencia con los demás con nosotros mismos y con toda la realidad que nos circunda. Saber encajar los golpes de la vida no significa ser insensible. Tiene que ver más con aprender a
no pedir a la vida más de lo que puede dar, aunque sin caer en un conformismo mediocre y gris; con aprender a respetar y estimar lo que a otros les diferencia de nosotros, pero manteniendo unas convicciones y unos principios claros; con ser pacientes y saber ceder, . Hemos de aprender a tener paciencia. A vivir sabiendo que
todo lo grande es fruto de un esfuerzo continuado, que siempre cuesta y necesita tiempo. A tener paciencia con nosotros mismos, que es decisivo para la propia maduración, y a tener paciencia con todos (sobre todo con los tenemos más cerca). Si queremos mejorar nuestro entorno necesitamos armarnos de paciencia, prepararnos para soportar contratiempos sin caer en la amargura.
Por la paciencia el hombre se hace dueño de sí mismo, aprende a robustecerse en medio de las adversidades. La paciencia otorga
paz y
serenidad interior. Mantener la
esperanza y la
alegría en medio de las dificultades.